de Mario Levrero
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Durante unos cuantos días había sido dueño y señor de un mundo -no tanto él, sino su ser interior, fabricante de sueños y de pensamientos en torbellino- y ahora estaba un poco hastiado de eso, aunque todavía no se sentía preparado para volver a integrarse a cualquiera de los otros mundos posibles; de un modo u otro, razonó, siempre seremos tiranizados por constelaciones de hechos incomprensibles; la zona dentro de la cual podemos decidir con nuestro yo consciente y voluntario es tremendamente limitada y, aun así, al mismo tiempo bastante irreal; Angus sospechaba que cuando él creía haber llegado por sí mismo a tomar una decisión, algo o alguien ya la había tomado por él mucho tiempo atrás, y lo suyo era apenas una constatación, una afloración de órdenes recibidas.
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Quería, en suma, seguir disfrutando de un tiempo que fuera exclusivamente para sí mismo, aunque fuese a perderlo; de todos modos, el tiempo dedicado a los demás también era pasible de ser computado como tiempo perdido. Angus trató de razonar acerca de lo que pudiera ser un tiempo ganado, pero le fue imposible encontrar un ejemplo. La expresión carecía de significado; al parecer, el tiempo sólo puede perderse.
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